Introducción
La
democracia, concebida históricamente en el marco del Estado nación, atraviesa
hoy profundas tensiones frente al impacto de la globalización. Las dinámicas
económicas, políticas, sociales y tecnológicas desbordan las fronteras
tradicionales y generan nuevas formas de interacción regional y global que
ponen en juego la capacidad del Estado para responder a los problemas
contemporáneos. En este escenario, se vuelve necesario repensar la democracia
más allá de sus bases clásicas, incorporando enfoques que sitúan en una
dimensión cosmopolita. A partir de los aportes de autores como Held,
Rosanvallon y Benhabib, es posible examinar los límites de la democracia
moderna, las críticas a su funcionamiento y las propuestas para proyectarla
hacia un modelo que contemple derechos universales, soberanías compartidas y
una ciudadanía activa capaz de sostener la vida democrática en un mundo
interdependiente.
En
tal sentido, el presente trabajo se organiza de la siguiente manera: en primer
lugar, se ofrece una introducción; a continuación, se desarrolla la sección
titulada El sentido de la democracia en contextos de democracia
internacional; posteriormente, se aborda el apartado Impactos y límites
de la democracia; seguidamente, se examinan las Alternativas de
transformación e invocación de la democracia en un mundo multipolar;
finalmente, presentamos las conclusiones y la bibliografía.
El
sentido de la democracia en contextos de democracia internacional
En
el actual escenario de disputa entre potencias globales, especialmente entre
Estados Unidos y China, la democracia moderna ha marcado hitos relevantes en
distintos momentos históricos, alcanzando una dimensión global con la llamada
“tercera ola de democratización”. En este marco, el sentido
de la democracia no debe entenderse como un concepto estático, sino dinámico,
sujeto a una constante evolución histórica. Esta perspectiva ha sido
desarrollada, entre otros, por David Held en su obra Modelos de democracia,
publicada en español en 1991. En ello, el autor realiza una valoración crítica
de los distintos modelos democráticos, tanto de la tradición clásica como de la
contemporánea, subrayando que: “Existen varias razones que explican por qué es
importante una valoración crítica de los modelos de democracia existentes y la
búsqueda de posturas alternativas” (Held, 2007: 365). De este modo, la
democracia es concebida como un mecanismo que posibilita una “extensa
participación y deliberación política”, no solo en el ámbito local, sino
también en la esfera internacional.
Por
otra parte, Pierre Rosanvallon, en su obra La contrademocracia (2006),
sostiene que la democracia se encuentra en una permanente dinámica de tensiones
e incertidumbres. En sus palabras: “La historia de las democracias reales es
indisociable de una tensión y un cuestionamiento permanentes” (Rosanvallon,
2007: 23). Este proceso de tensión ha caracterizado la vida democrática
contemporánea, donde la democracia se expresa como un espacio de implicación e
intervención entre el Estado y la ciudadanía. Si bien el voto constituye la
manifestación más visible de este vínculo, no agota la complejidad de la
experiencia democrática (Rosanvallon, 2007: 36).
Asimismo,
Seyla Benhabib, en Los derechos de los otros (2005), enfatiza que la
democracia contemporánea se sustenta en la ampliación de los derechos de la
ciudadanía. Según su planteamiento, la participación política garantiza el
carácter de la democracia como instancia que protege derechos individuales y
colectivos, reconociendo a las personas como actores en diversas esferas, tanto
locales como internacionales. En su análisis, “las democracias modernas, a
diferencia de sus contrapartes antiguas, conciben a sus ciudadanos como
consocios derechohabientes” (Benhabib, 2005: 41).
En
síntesis, estas perspectivas coinciden en destacar que el sentido de la
democracia moderna radica en su carácter dinámico y relacional, vinculado a la
construcción del Estado-nación y a la consolidación del voto universal como
expresión legítima de ciudadanía. Sin embargo, este modelo ha mostrado
limitaciones, especialmente frente a las transformaciones del orden
internacional y las tensiones derivadas de la lucha entre potencias globales.
En ese marco, resulta necesario analizar los límites de la democracia frente a
dichas dinámicas de poder.
Impactos
y límites de la democracia frente a las dinámicas de la lucha por el poder:
EE.UU. y China
Desde
una perspectiva teórica, comprender los límites de la democracia en el actual
contexto internacional implica reconocer que esta se ve desbordada por
múltiples problemas que exceden, fundamentalmente, el marco del Estado nación
frente a los procesos de globalización. Dichos procesos generan tensiones entre
lo local y lo global. Según Held, esto se manifiesta cuando “se suscitan
diversos problemas, sobre todo porque las decisiones de ‘una mayoría’ o, más
concretamente, de sus representantes no solo afectan (o pueden afectar) a sus
comunidades, sino también a los ciudadanos de otros países” (Held, 2007: 409).
La globalización implica un desplazamiento de la sociedad humana, promoviendo
interacciones interregionales y transcontinentales que inciden de manera
creciente en las instituciones sociales y en la vida cotidiana, tanto en el
tiempo como en el espacio. En general, la globalización actual permite que
numerosas cadenas de actividad, como, las políticas, económicas, sociales y
tecnológicas, adquieran un impacto y alcance global. Al mismo tiempo, estas
cadenas generan mayores niveles de interacción y conexión entre Estados y
sociedades, en un mundo marcado por la contingencia entre unidad y
fragmentación (Cfr. Held, 2007: 412-413).
Por
otro lado, los límites e impactos que enfrenta la democracia moderna no
provienen únicamente de la sociedad civil o de la ciudadanía, sino también de
su propia estructura. Esta se encuentra atravesada por la “falta de aprehensión
global de los problemas ligados a la organización de un mundo común”
(Rosanvallon, 2007: 38). La democracia contemporánea se caracteriza
principalmente por el voto ciudadano; sin embargo, este mecanismo resulta
insuficiente para abordar los desafíos del mundo común y, a su vez, invisibiliza
ciertas problemáticas. En sentido contrario, este fenómeno tiende a reforzar el
poder social y a abrir espacio a tentaciones populistas de carácter reactivo
(Ibid: 39). Asimismo, las limitaciones democráticas se evidencian cuando, desde
la perspectiva ciudadana, “la falta de democracia significa no ser escuchados,
ver que se toman decisiones sin consulta alguna, que los ministros no asuman
sus responsabilidades, que los dirigentes mientan con impunidad, que el mundo
político viva encerrado en sí mismo y no rinda cuentas suficientes, que el
funcionamiento administrativo siga siendo opaco” (Rosanvallon, 2015: 16).
De
igual modo, los problemas que afronta la democracia moderna adquieren un
carácter más internacional, puesto que “el Estado nación es demasiado pequeño
para gestionar los problemas económicos, ecológicos, inmunológicos e
informativos creados por el nuevo medio, y al mismo tiempo es demasiado grande
para dar lugar a las aspiraciones de movimientos sociales y regionalistas
motivados por cuestiones de identidad” (Benhabib, 2005: 15-16). Según esta
autora, las limitaciones democráticas vinculadas a la posibilidad de sostener
una integración ciudadana y un diálogo pluralista están directamente
relacionadas con la territorialidad.
En
términos generales, las limitaciones de la democracia expuestas por estos
pensadores responden, en gran medida, al impacto de la creciente globalización.
Las actividades humanas en los ámbitos económico, político y tecnológico han
intensificado las relaciones de carácter regional y global, cuestionando así el
tradicional derecho de ciudadanía circunscrito al Estado nación. En
consecuencia, la democracia contemporánea exige un nuevo tratamiento y una
mirada renovada sobre los procesos regionales y globales. Este es, precisamente,
el enfoque que se desarrolla a partir de los aportes teóricos ya mencionados.
Alternativas
de transformación e invocación de la democracia en un mundo multipolar
En
las secciones anteriores se analizaron, en primer lugar, el sentido de la
democracia y, posteriormente, sus límites en un contexto internacional. En este
marco, se subrayó la necesidad de superar la concepción tradicional de
democracia anclada en el Estado nación, avanzando hacia una visión que conciba
los derechos y las libertades en un mundo globalizado. En esta línea, se
destaca que “si se desea que prevalezca la democracia, los principales grupos y
asociaciones de la economía deberían rearticularse con las instituciones
políticas para entrar a formar parte del proceso democrático, y tendrán que
adoptar, en el seno de su propio modus operandi, una estructura de reglas,
principios y prácticas compatible con la democracia” (Held, 2007: 401).
En
este sentido, Held, propone que la democracia, en el marco del Estado nación,
se apoye en la noción de “autonomía democrática”, complementada con el modelo
de “democracia cosmopolita”. Para el ámbito regional, mantiene la propuesta de
un sistema de gobierno propio del Estado nación, mientras que para el ámbito
global sugiere la construcción de un sistema de gobernanza global. Esta
propuesta se fundamenta en el “principio de autonomía” como criterio de
demarcación del poder legítimo. Dicho principio contempla aspectos como: el
goce universal de los mismos derechos y obligaciones para llevar adelante proyectos
individuales y colectivos en calidad de agentes libres; la protección de la
ciudadanía frente a interferencias que restrinjan su libertad; la posibilidad
de que los ciudadanos determinen, en igualdad de condiciones, los asuntos de
interés público bajo un gobierno mayoritario; el establecimiento de un régimen
constitucional que limite los abusos de las mayorías; y la necesidad de
examinar las demandas de los grupos sociales (Held, 2007: 372-373).
A
su vez, Held sostiene que los Estados, dentro de un sistema global, ven
alteradas su autonomía y soberanía. De allí que la soberanía deba concebirse
como compartida entre organismos nacionales, regionales e internacionales, lo
que a su vez limita la propia naturaleza de su pluralidad. La democracia en un
marco cosmopolita implicaría, además, desarrollar capacidades administrativas y
recursos políticos independientes en los niveles regional y global. No
obstante, el autor advierte que este tipo de democracia requeriría la creación
de nuevas instituciones políticas (Held, 2007: 426-428).
Por
otra parte, Rosanvallon observa que la democracia contemporánea se caracteriza
por la creciente desconfianza de los representados hacia sus representantes.
Para superar este problema, propone tres mecanismos fundamentales: en primer
lugar, la vigilancia, entendida como prácticas ciudadanas que permiten
intervenir allí donde no existe aún un cuerpo político consolidado, lo que da
lugar a la figura del “ciudadano-vigilante”, que trasciende al mero
“ciudadano-elector” (Rosanvallon, 2007: 56). En segundo lugar, la denuncia, que
consiste, según la estricta etimología del término ‘hacer saber’, hacer
conocer, develar, revelar. Contar, desde modo, con los efectos de la publicidad
para volver a poner en orden el mundo” (p. 57). Finalmente, la calificación,
entendida como el “peritaje de la calidad y la eficacia de una gestión” (p.
66). Estos tres mecanismos apuntan, en conjunto, a fortalecer la vigilancia
sobre la gestión pública y la burocracia estatal, con el objetivo de mejorar la
calidad del liderazgo y de la democracia.
De
manera complementaria, la democracia en el mundo actual requiere una visión más
amplia, donde la “teoría cosmopolita de justicia no puede restringir a esquemas
de distribución justa en escala global, sino que también deben incorporar una
visión de membresía justa el derecho moral de los refugiados y asilados
a una primera admisión; un régimen de fronteras porosas para los
inmigrantes; un mandado contra la desnacionalización y la perdida de derechos
de ciudadanía” (Benhabib, 2005: 15). Esta autora plantea, por tanto, un derecho
de alcance internacional basado en la idea de hospitalidad universal, que
reconozca la plena participación del ser humano en las esferas política y
cultural. Así, “la nueva política de la membresía tiene que ver con la
negociación de esta relación compleja entre los derechos de la membresía plena,
tener voz democrática y la residencia territorial” (p. 25). Además, advierte
que “el soberano democrático obtiene su legitimidad no meramente de su acto de
constitución sino, de moco igualmente significativo, de conformidad de este
acto con los principios universales de derechos humanos que en algún sentido se
dice que preceden y anteceden la voluntad del soberano y con los cuales el
soberano se compromete” (p. 41).
El
planteamiento de Benhabib resulta fundamental para repensar la democracia
contemporánea, donde la ciudadanía debe estar articulada a los derechos
universales, y la igualdad de condiciones en la participación constituye la
base misma de su existencia.
En
general, las propuestas para el fortalecimiento de la democracia en el contexto
internacional presentan diversas variantes, como se observa en los aportes de
Held, Rosanvallon y Benhabib. Sin embargo, todas coinciden en que la vigencia
de la democracia depende de que los ciudadanos gocen de derechos y libertades
plenas. La erosión de estos derechos conduce al debilitamiento de la ciudadanía
y, en consecuencia, a la crisis democrática. En cambio, su defensa y ampliación
permiten transitar hacia una democracia plural y cosmopolita. Este proceso de
transformación exige la acción conjunta de mayorías y minorías, orientada hacia
una ciudadanía más activa y eficiente, que se exprese en la acción, la
deliberación y la calidad de la gestión pública. Asimismo, los aportes destacan
que el conocimiento y la racionalidad de los ciudadanos son elementos clave
para el sostenimiento de un sistema democrático global, en un escenario marcado
por las disputas entre potencias, donde se vuelve imprescindible limitar las
tentaciones extremas que buscan imponer una visión única del mundo.
Conclusión
En
conclusión, la democracia moderna se presenta como un concepto en constante
transformación, atravesado por tensiones, disputas y resignificaciones
históricas. Los aportes de Held, Rosanvallon y Benhabib permiten comprenderla
no como una estructura acabada, sino como un proceso dinámico que articula
participación, deliberación y reconocimiento de derechos en múltiples niveles.
No obstante, frente al actual escenario de competencia entre potencias
globales, emergen límites que ponen en cuestión su capacidad para responder a
los desafíos del orden internacional contemporáneo. De ahí surge la necesidad
de repensar críticamente sus alcances y de explorar alternativas que
fortalezcan su vigencia en un contexto marcado por nuevas luchas de poder.
Además,
los debates en torno a la democracia en el ámbito internacional reflejan una
tensión constante entre la tradición del Estado nación y las exigencias de un
mundo globalizado. Held propone avanzar hacia una democracia cosmopolita basada
en el principio de autonomía, capaz de articular lo regional y lo global;
Rosanvallon enfatiza mecanismos de vigilancia, denuncia y calificación que
fortalezcan la confianza ciudadana; mientras que Benhabib defiende una
concepción de justicia y ciudadanía orientada a la hospitalidad universal y a
los derechos humanos como principios fundantes.
En
conjunto, estas propuestas revelan que la democracia solo puede sostenerse en
la medida en que garantice derechos, participación y libertad en condiciones de
igualdad, más allá de las fronteras estatales. Así, la transformación de la
democracia requiere no solo instituciones renovadas, sino también una
ciudadanía consciente, racional y activa, capaz de enfrentar los desafíos de un
orden global en disputa y de limitar las tentaciones autoritarias que amenazan
con imponer visiones excluyentes del mundo.
Bibliografía
BENHABIB,
Seyla.
2005 Los derechos de los otros. Madrid:
Gedisa.
HELD,
David.
2007 Modelos de democracia. Madrid:
Alianza.
HUNTINGTON, Samuel P.
1998 La tercera ola: La democratización a
finales del siglo XX. Madrid: Paidós.
ROSANVALLON,
Pierre.
2015 El buen gobierno. Buenos Aires:
Manantial.
2007 La contrademocracia: la política en la
era de la desconfianza. Buenos Aires: Manantial.
De acuerdo con Samuel Huntington, la primera ola comprende el período
1828-1926; la segunda ola, 1943-1962; y la tercera ola, a partir de 1974. Esta
última tuvo un mayor impacto global, al dar inicio a procesos de
democratización frente a las dictaduras.